La artritis reumatoidea es una enfermedad degenerativa y también crónica, que se caracteriza por la inflamación de la membrana sinovial, que es la membrana que alimenta, protege y cubre los cartílagos de las articulaciones y en los tejidos circundantes.
Es una enfermedad sistémica debido a que en algunas ocasiones la artritis puede tener un comportamiento extraarticular y dañar órganos y sistemas como el corazón, el riñón y el pulmón.
La inflamación de esta membrana es la responsable del dolor, de la hinchazón claramente visible, de la sensación de rigidez que los pacientes pueden sentir por las mañanas y de la pérdida de la movilidad articular.
Afecta con más intensidad a unas articulaciones que a otras, principalmente a las más móviles como las manos y los pies, los codos, los hombros, las caderas, las rodillas y los tobillos.
Si la inflamación permanece de forma mantenida y no se controla puede acabar dañando los huesos, los ligamentos y los tendones que hay alrededor de la articulación. Esto puede provocar una deformidad progresiva de las articulaciones y la pérdida de la capacidad para realizar movimientos.
Su incidencia es mayor en las mujeres que en los hombres. Aunque puede afectar a cualquier persona y aparecer a cualquier edad, se suele manifestar con más frecuencia en mujeres de 30 a 50 años.
En la actualidad no existe ninguna medida que ayude a prevenir la aparición de la artritis reumatoide. No obstante, los expertos recomiendan realizar actividad física de forma habitual para favorecer el uso de todas las articulaciones.
El problema a la hora de diagnosticarla es que existen otras enfermedades reumáticas, como el lupus o la artritis psoriásica donde en las fases iniciales pueden confundirse con la artritis reumatoide debido que la valoración de la enfermedad es fundamentalmente clínica.
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